lunes, 5 de abril de 2010

El milagro de ser, más allá del tiempo


Desparramada sobre el pasto, la mirada perdida en el espacio insondable, recibiendo caricias del sol mañanero, me encontraba yo aquel día.

Una pepita de San Antonio vino a hacerme cosquillas al aterrizar sobre mi nariz.


Como quien tiene en su poder a un frágil y escariadas tesoro, tomé a mi pepita cuidando de no arruinar su vestido de lunares y comencé a estudiarla con los ojos azorados del asombro.



¡Cuánta grandeza resumida en un ser tan pequeñito! Ella surcaba, sigilosa, las rutas de la palma de mi mano que era, en ese infinitesimal momento, todo su mundo. Entonces me sentí un gigante. Si en esa criatura habitaba la magia, la belleza, la vida, ¿qué no era yo, ser humano, que podía beberme a borbotones su gracia, su simpleza? ¡Podía verla, sentirla, admirarla! Poseía el don de disfrutar de su presencia, paseándola por su universo presente.


De pronto, extendió sus alitas y echó a volar en busca de nuevos horizontes. En su imperceptible aleteo, pareció decirme: "¡Ya aprendiste, no me olvides!".

La noche extendió su arrullo de lucecitas refulgentes. La magia me despertó a una nueva verdad. Luna, estrellas, cielo y más: el cosmos todo me convidaba su encanto. ¡Me sentí tan pobre! ¿Qué era yo, ser humano, en medio de ese universo infinito, de ese tiempo sin tiempo, poblado de soles, planetas, galaxias? Y entonces comprendí...


Porque puedo abrir los ojos a la belleza, a lo inconmensurable y a lo minúsculo, porque puedo ser pepita y pájaro, y nube, y agua cristalina que fluye, que fluye... porque percibo la magia, porque río y lloro y siento. Porque vivo... Porque SOY... y estoy aquí, y tengo tiempo, y ganas. Porque soy un ser humano que puede, quiere, siente, AMA, es que me inundo hoy de alegría y me creo un gigante y mañana me aplasto de tristeza y me veo insignificante. Porque puedo equivocarme y aprender de mis errores... Por todo eso y más es que siento un impulso loco de gritar ¡gracias, gracias y mil veces gracias!


Entonces se me antojó compartir con vos mi intraducible vivencia y quise contarte que, por un instante, comprendí el significado de ser, de existir aquí y ahora. Deseé unirme a vos a través de esta verdad chiquitita -¿o gigante?-, que descubrí porque sí, cuando una pepita de la mañana de luz vino a cosquillearme la nariz.